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Aún no hemos encontrado las pirámides. Axis

“Todo símbolo es una lucha entre el silencio y la forma.”
—Eulalio Ferrer
“Todo lo que hacemos es para que el sol no se detenga.”
—Frase atribuida a sacerdotes nahuas (recogida en crónicas)

Opinión El Economista

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Apertura. Escena primaria: el centro como crimen fundacional

Porque el lenguaje simbólico estructura el mundo. Porque esto es reconciliarse con el atlas y el axis de nuestra existencia. Porque es sostener nuestro Mundo desde nuestra vida, al integrar nuestra existencia psíquica, emocional y fisiológica.

El mapa trazado en nuestras ciudades es la estructura de nuestro pensamiento.

Visitar el Templo Mayor, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es descubrir con asombro que es el centro cósmico, el goce estructural, el cuerpo partido que organiza la ley de un Imperio —el Mexica— y que sigue defendiendo su territorio desde su muerte acaecida en 1525.

Cada nivel, cada orientación, cada ofrenda fue una inscripción precisa dentro de un orden que entendía que el cuerpo de esa pirámide es cósmico; que el dolor, si no se estructura, se derrama sin sentido; que el tiempo debe ser alimentado para no colapsar.

El cuerpo como acto, no como arte

No existía el arte.

No existía la representación.

Existía la ejecución. La repetición viva de un mito vivo. No se lo representaba: se lo encarnaba.

En el mundo moderno, el arte representa. Ya no acontece. No son cosas reales, sino frecuentemente ficticias. Y por lo tanto, es un teatro sin sentido. Como no lo son —dirán algunos— un ritual, una ceremonia, un sacrificio.

La escisión entre acto y sentido, que en el mundo moderno se vuelve insostenible, ha sido explorada por Derrida, Foucault, Lyotard.

Guy Debord afirma:

“En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.”

Se trasladó en el mundo moderno el acto de crear futuro o presencia a la religión. Se fragmentó el pensamiento. El tipo de mundo que produce esto es un mundo separado de su experiencia. Se fabricó el artificio.

El Templo Mayor como estructura viva

El Templo Mayor no era escenografía: era escenario total.

No había distancia entre la acción y su sentido. No se pintaba el mito: se lo encarnaba, puesto que cada sacrificio era un corte sobre el cuerpo del mundo. Se volvía a matar a la luna para que naciera el sol y para que el cielo no colapsara.

Era una acción estructurada: el cuchillo extraía el corazón palpitante, no por crueldad, sino por exactitud cósmica. Ese corazón era frase ritual. Al sol se le empujaba con sangre; se le recordaba su deber de arder.

Los mexicas no le rezaban al sol: lo mantenían vivo.

¿Y eso no era arte? Arte que ha tenido sentido: el que no representa, el que organiza el tiempo y sacrifica para que el mundo continúe.

Una función latente, no una ruina: era una escena ritual suspendida.

En el Templo Mayor, cada acto de extracción del corazón humano no terminaba en la muerte: producía continuidad. Era una fórmula que exigía repetición. Una frase de sangre organizaba los días. No súplica: estructura.

El sacrificio no rompía el orden: lo sostenía desde su núcleo insoportable.

Es inútil juzgar a una cultura desde los valores del presente.

Pero sí podemos —como en un psicoanálisis de lo simbólico— traer de vuelta lo que extrajimos de esa experiencia:

una lógica que aún habita nuestros cuerpos, nuestras instituciones, y nuestras repeticiones.

Coyolxauhqui: el crimen original mexica

Una coreografía celeste repetida eternamente:

Coyolxauhqui = la Luna

Centzon Huitznáhua = las estrellas

Huitzilopochtli = el Sol

En la narrativa occidental (especialmente judeocristiana y freudiana), el mito originario es el parricidio: matar al padre para acceder a la ley. Freud. Edipo.

Pero en el mito fundacional mexica, el centro del crimen no es el padre, sino la hermana.

Huitzilopochtli mata a Coyolxauhqui, su hermana lunar, la desmiembra y la arroja por las escaleras del templo.

Es un fratricidio elevado a mito cósmico.

Es el orden solar establecido no por expulsar o sustituir al padre, sino por fragmentar lo femenino lunar, por dispersar la noche para instaurar el día.

El cuerpo sacrificado es Coyolxauhqui, y en clara justicia: ella planeaba asesinar a Coatlicue, su madre, por la supuesta ofensa de haber sido embarazada sin honor.

Coatlicue sabía que esto había sido por una pluma caída del cielo.

Huitzilopochtli es este dios dentro del vientre de Coatlicue. Al enterarse del complot, sale del vientre con todas sus armas y atavíos preciosos. Mata a Coyolxauhqui y a las estrellas: los Centzon Huitznáhua (“los Cuatrocientos del Sur”).

Cada noche, Coyolxauhqui muere.

Cada día, Huitzilopochtli arde.

La luna desciende. El sol se eleva.

Porque los mexicas son hijos del sol. Cada sacrificio en el Templo Mayor es la escenificación real de la cosmogonía mexica.

No se trata de instaurar un orden prohibitivo (como en el Edipo), sino de repetir una escena de desmembramiento para que el sol pueda renacer.

El objetivo no es la ley: es el ritmo, la continuidad, el ciclo.

Coyolxauhqui representa el desborde (ella era la jefa de los cuatrocientos hermanos).

Su cuerpo desmembrado es el axis del Templo Mayor, donde se repite su muerte en cada sacrificio.

Esta escena no es de represión, sino de presentación absoluta.

Se mata a la noche.

Se descompone el cuerpo celeste para que el día tenga lugar.

La lógica que persiste

Había miedo al desorden.

No se mataba al otro para tranquilizar a la comunidad: se entregaba al Todo lo que era valioso, exacto, necesario.

No expiación: sostenimiento.

Se le entregaba al sol lo más valioso: la vida.

Aquí no se reprime el deseo: se lo fragmenta en escalinatas.

Despliegue psicoanalítico-político

Aquí no hay ley.

Hay ritmo.

Fue ofrenda gozosa. En algunos casos heroica. Una reciprocidad con lo invisible.

A los sacrificados se les daban varios días de comida extraordinaria, compañía con mujeres hermosas, visiones, sustancias sagradas para ayudarlos en su tránsito final.

El presente como linchamiento

Hoy, el sacrificio ha mutado en linchamiento simbólico. Seguimos buscando a quién entregar para que el cielo no se caiga. Hoy el corazón que se ofrece es el del otro destruido públicamente.

En redes sociales, en discursos políticos llenos de enemigos inventados, en la deshumanización de grupos sociales, en cada familia: se crean chivos expiatorios encargados de sostener, con su destrucción y castigo, la ilusión de un orden que ya se desmorona.

El mundo

El mundo no está dado de una vez y para siempre: hay que mantenerlo vivo.

El valor no está en el poder, sino en la entrega.

El cosmos no es estático ni eterno: está sostenido por actos rituales repetidos.

Un sacrificio es acto de purificación, una herramienta del control político, la legitimación del poder, la organización del cosmos.

El cosmos, para los mexicas, es ensayo.

Fuego, jaguares, agua, viento, acabaron con estos previos ensayos: cuatro soles.

El mundo actual es el resultado de ese quinto intento: el Quinto Sol.

Epifanía final

Pero está destinado a desaparecer también, según algunas versiones. Será destruido por terribles terremotos junto con todos nosotros.

“Aquí no se reprime el deseo: se lo fragmenta en escalinatas.”

Por eso, esos dioses del pasado nos gritan —me gritan— en las noches que:

Aún no hemos encontrado las pirámides.

De todos los soles, el nuestro es el más desviado: el que olvidó sus ejes.

Aún no hemos encontrado esas pirámides, al no retornar con nuestro sacrificio psíquico al universo.

¿Y si esta modernidad que se representa a sí misma

es también sacrificio,

pero sin mito, sin ritmo, sin cielo?

Como una pirámide invertida.

En realidad, lo que quise escribir es una apología del sacrificio. El simbólico.

Fuentes:

  • Eulalio Ferrer — El lenguaje como símbolo
  • Eduardo Matos Moctezuma — El Templo Mayor, Muerte al filo de obsidiana
  • Miguel León-Portilla — La visión de los vencidos
  • Sigmund Freud — Tótem y tabú
  • René Girard — La violencia y lo sagrado
  • Georges Bataille — La parte maldita
  • Mircea Eliade — Lo sagrado y lo profano
  • Nancy Jay — Blood Sacrifice and the Nation

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